Apariencia y opiniòn
Este día comenzó con un poco más de frío y un viento inusual que recuerda los aires de noviembre, las festividades de Día de Difuntos y de Todos los Santos, el fiambre y la infernal campaña publicitaria de las radios comerciales anunciando que faltan pocos días (o meses) para que llegue “el mes más lindo del año”.
Una taza de arroz con chocolate parece lo más indicado para sumergirme en la rutina diaria. La lectura del periódico que antes era minuciosa, hoy me toma solamente quince minutos pues pareciera que vivimos con noticias repetidas. Asesinados, degollados, accidentes; en fin, malas noticias que pueblan nuestro quehacer diario y nos obligan a desconfiar unos de otros y a santiguarnos y solicitar la ayuda de todas las fuerzas celestiales para poder regresar a casa sin un rasguño (o vivos aunque rasguñados).
¡Qué nostalgia, qué de recuerdos! Quisiera que regresara aquella época en la cual aun era posible ejercer las buenas costumbres que nuestros mayores nos enseñaban. El saludo cortés o la sonrisa amable que se cruzaba al encontrarnos con nuestros vecinos, conocidos y también con aquellos a los que desconocíamos.
La presencia de dichos recuerdos se hizo más fuerte cuando leía el comentario escrito por un joven en la edición del domingo de http://www.miperiodico.com/, donde éste comentaba la forma brutal como había sido tratado por la policía debido a su apariencia. Me preguntaba entonces si en realidad existe la libertad de expresión en este país. ¿Por qué la sociedad se empeña en tratar de convertirnos en clones de la moda actual? ¿Qué hay de malo en querer vestirse como se nos dé la gana?
Por supuesto, el problema de las maras y demás ha logrado que diversas expresiones de singularidad sean confundidas con la pertenencia a estas pandillas.
Pero, si nos damos cuenta en los últimos tiempos, los delincuentes han adquirido la costumbre de vestirse a la moda, pulcramente y es muy difícil encontrar a alguno de ellos que se vista de pordiosero.
Mi padre tuvo un “encuentro cercano” con unas delincuentas en un bus. Dichas mujeres iban vestidas a la última moda y parecían jóvenes que se dirigían a su trabajo. Sin embargo, mi padre escuchó como, sin ningún pudor, analizaban a los pasajeros de la camioneta y sus pertenencias y al notar que no iban personas con prendas que pudieran valer la pena el esfuerzo, en voz alta dijeron “bajémonos, muchà porque aquí solo mierdas van”.
Un ejemplo más de lo equivocado de juzgar a las personas por su apariencia y vestimenta. Hace algunos días, mientras iba caminando por Casa Presidencial, noté que una joven mujer con apariencia muy humilde iba y venía tratando de localizar la puerta # 1 de dicho lugar. Nadie le daba información y más bien se alejaban de ella. Al final, un trabajador le informó cuál era la puerta que estaba buscando y se dirigió a ella. Cuando la persona que estaba detrás de esa puerta la vio, sin esperar una explicación detallada, la envió al puertòn que se encuentra a la vuelta de la esquina, donde llegan personas a solicitar la ayuda de la Primera Dama. La jovencita en cuestión, toda avergonzada se dirigió hacia el lugar y escuché cuando preguntaba por una persona en particular pues debía entregar unos papeles. Yo detuve unos momentos el paso para ver en qué terminaba el asunto y creí que la dejarían entrar al instante. Sin embargo, volvió a pesar la apariencia y la señora encargada de la puerta no le permitió el paso hasta que parece ser que se lo permitieron adentro. La dejó entrar, no sin echarle encima una mirada de desconfianza.
No está de más mencionar y recordar aquel antiguo dicho que dice: “El león juzga por su condición”.
Una taza de arroz con chocolate parece lo más indicado para sumergirme en la rutina diaria. La lectura del periódico que antes era minuciosa, hoy me toma solamente quince minutos pues pareciera que vivimos con noticias repetidas. Asesinados, degollados, accidentes; en fin, malas noticias que pueblan nuestro quehacer diario y nos obligan a desconfiar unos de otros y a santiguarnos y solicitar la ayuda de todas las fuerzas celestiales para poder regresar a casa sin un rasguño (o vivos aunque rasguñados).
¡Qué nostalgia, qué de recuerdos! Quisiera que regresara aquella época en la cual aun era posible ejercer las buenas costumbres que nuestros mayores nos enseñaban. El saludo cortés o la sonrisa amable que se cruzaba al encontrarnos con nuestros vecinos, conocidos y también con aquellos a los que desconocíamos.
La presencia de dichos recuerdos se hizo más fuerte cuando leía el comentario escrito por un joven en la edición del domingo de http://www.miperiodico.com/, donde éste comentaba la forma brutal como había sido tratado por la policía debido a su apariencia. Me preguntaba entonces si en realidad existe la libertad de expresión en este país. ¿Por qué la sociedad se empeña en tratar de convertirnos en clones de la moda actual? ¿Qué hay de malo en querer vestirse como se nos dé la gana?
Por supuesto, el problema de las maras y demás ha logrado que diversas expresiones de singularidad sean confundidas con la pertenencia a estas pandillas.
Pero, si nos damos cuenta en los últimos tiempos, los delincuentes han adquirido la costumbre de vestirse a la moda, pulcramente y es muy difícil encontrar a alguno de ellos que se vista de pordiosero.
Mi padre tuvo un “encuentro cercano” con unas delincuentas en un bus. Dichas mujeres iban vestidas a la última moda y parecían jóvenes que se dirigían a su trabajo. Sin embargo, mi padre escuchó como, sin ningún pudor, analizaban a los pasajeros de la camioneta y sus pertenencias y al notar que no iban personas con prendas que pudieran valer la pena el esfuerzo, en voz alta dijeron “bajémonos, muchà porque aquí solo mierdas van”.
Un ejemplo más de lo equivocado de juzgar a las personas por su apariencia y vestimenta. Hace algunos días, mientras iba caminando por Casa Presidencial, noté que una joven mujer con apariencia muy humilde iba y venía tratando de localizar la puerta # 1 de dicho lugar. Nadie le daba información y más bien se alejaban de ella. Al final, un trabajador le informó cuál era la puerta que estaba buscando y se dirigió a ella. Cuando la persona que estaba detrás de esa puerta la vio, sin esperar una explicación detallada, la envió al puertòn que se encuentra a la vuelta de la esquina, donde llegan personas a solicitar la ayuda de la Primera Dama. La jovencita en cuestión, toda avergonzada se dirigió hacia el lugar y escuché cuando preguntaba por una persona en particular pues debía entregar unos papeles. Yo detuve unos momentos el paso para ver en qué terminaba el asunto y creí que la dejarían entrar al instante. Sin embargo, volvió a pesar la apariencia y la señora encargada de la puerta no le permitió el paso hasta que parece ser que se lo permitieron adentro. La dejó entrar, no sin echarle encima una mirada de desconfianza.
No está de más mencionar y recordar aquel antiguo dicho que dice: “El león juzga por su condición”.
Comments