Abuelita...


Una historia es una historia. Mi abuela solía contarnos historias que ella, a su vez, escuchó de mi abuelo. Otras, yo creía que las inventaba como aquella de “Pedro Ardimales”, así lo llamaba ella. Un personaje muy conocido antaño. Me deleitaba escuchándola, escuchando sus historias, sus recuerdos de niñez y juventud; sus juegos en el vecindario a la luz de la luna, con su abuelita gritándoles que se fueran a dormir inmediatamente porque ya era medianoche, aunque solo fueran las seis de la tarde.

No sé en qué momento nuestra relación cambió tan drásticamente. A lo mejor fue al comienzo de mi turbulenta adolescencia. Talvez sucedió durante aquellas crueles sesiones cuando luchaba por reprimir mis pechos crecientes, que parecieron surgir antes de tiempo y que al final le ganaron la batalla a la plancha fría con la que pretendía constreñir a la naturaleza. O quizá fue cuando sus consejos chapados a la antigua atosigaban a mi madre con el miedo de que alguno pudiera aprovecharse de su hija. Fueron años difíciles, de luchas internas y externas hasta que el día llegó en que las tres generaciones firmaron la paz.

A pesar de mi educación liberal, mis estudios en la universidad y fuera de ella, aún disfruto de mis conversaciones con la abuela. A través suyo he descubierto un mundo triste y fascinante a la vez, un mundo donde la mujer vivía de forma no tan diferente a la nuestra. He descubierto un pasado que se aferra a nosotros sin dejarnos avanzar. Una historia llena de sabiduría, una sabiduría sufrida.

Cuántas historias son las nuestras propias, repitiéndose una y otra vez aún en esta época. Queremos fingir que ya hemos evolucionado pero seguimos cometiendo los mismos errores que nuestros antepasados.


foto:
http://morguefile.com/archive/?display=119601&
author: taliesin

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