Espacios vacíos...
No pudo evitar el que sus ojos se perdieran hambrientos en aquella escena. Una pareja que, emocionada, se demostraba su amor efusivamente en plena vía pública, en aquella bulliciosa parada de bus. Sabía que dicha escena no es algo fuera de lo común en este país nuestro pero su sensibilidad y la soledad que la asediaba habían maximizado su necesidad de sentirse amada, deseada, evocada.
Fue fugaz aquella escena, el bus en el que viajaba siguió su camino, pero la hizo tomar una decisión terminante: ¡No más sensibilidad! Mas sabía muy bien que era más fácil decirlo que cumplirlo. ¿Dónde encontraría la fuerza para no seguir a su corazón cuando éste se emocionaba con el trato de cualquier chico? ¿Podría reprimir aquellas esperanzas que surgían gracias a la sonrisa o la flor que no tenían más objeto que agradecer un gesto?
Hasta aquí estaba consciente del aura de novelita rosa que rodeaba su historia íntima. ¿Cómo salir de aquella relación de dependencia sentimental?
Tan intensa actividad mental tuvo como consecuencia que no bajara en su parada habitual y se dio cuenta que no sabía donde estaba. Su recorrido diario era mecánico, aprendido, rutinario. No conocía más allá de la parada frente al edificio gris, sin ventanas, donde estaba su oficina. Aquel error la hizo perder la poca estabilidad emocional que aún poseía. Parte de esa estabilidad y de la seguridad ficticia que demostraba se basaba en el conocimiento de “su terreno”. Ahora no sabía cómo comportarse. Su máscara se venía al suelo. Aquella masa humana que le impedía el paso avanzaba como un alud. Era ya muy tarde y parecía que todas esas personas iban con retraso a su trabajo. ¡La bendita hora chapina….!
La hora chapina no formaba parte de su vida. Su vida era perfecta, minuciosa, detallista. Sabiéndose detallista no podía comprender como había perdido la noción del tiempo y el espacio por la estúpida cuestión de la sensibilidad.
Se forzó a encontrar su camino en aquella maraña de calles y avenidas de la ciudad. El jefe idiota le gritaría por primera vez y aquellos compañeros querendones le bajarían el cuero a sus espaldas como hacían con los demás.
Esa maraña de avenidas y calles, complementada con una inundación de hielo y máscaras hacían la situación más embarazosa. No podía ni quería ver a las personas que pasaban a su lado, presurosas como ella misma. Aquellas vidas-espejo la llevaban a ensimismarse mucho más en su tortura emocional. ¿Acaso alguien la obligaba a realizar aquella rutina estúpida, engorrosa, aburrida?
Ella sabía que a sus pies se encontraba el abismo y que solo faltaba dar el paso decisivo y hundirse para siempre en aquella vaciedad. ¿No era acaso lo que anhelaba? Perderse para siempre en se anonimato íntimo y querido. Talvez la enterrarían como XX y así le evitaría a su familia la vergüenza de aquel vacío existencial.
Todavía en aquellas circunstancias se dejaban venir destellos de lo que fue una brillante inteligencia, alabada desde siempre por todos aquellos que la conocieron. Una inteligencia todavía recordada con pena y lástima a cada momento. –Pobrecita-solían decir- tan inteligente que era cuando niña, todos pensábamos que triunfaría más que todos nosotros.
¿Dónde quedó la carrera brillante que le auguraban? ¿Dónde quedó la niña alegre y hacendosa? Creo que mejor deberían preguntarse a cuántas personas culpaba por las meteduras de pata y las malas decisiones.
Oh, cuánto quisiera levantar la mirada y encontrar un eco de si misma en otros ojos. Cada paso que daba se volvía doloroso y pesado. Pesaba como el mundo entero, pesaban las palabras, pesaban aquellas frases dulces y emotivas que alguna vez escuchara y que no fueron más que burlas. Ahora pesaba todo. Le dolía cada pedacito de piel, cada músculo, cada vena. -¿Tienes el coraje para hacerlo?- le preguntaba el demonio interior que alimentaba su congoja. Es un paso nada más y todo terminará.
Cerró los ojos y pensó en él, en su aroma, en su sonrisa de niño bueno, en su voz que acariciaba, pensé en sus palabras, promesas vanas escritas en arena. Deseó con todo su corazón verlo frente a ella cuando los abriera, pero supo que solo encontraría su desierto nuevamente.
Cuando finalmente abrió los ojos, estaba frente a su edificio. Era hora de seguir con el show y continuar fingiendo que todo estaba bien porque eso es lo aceptable en esta sociedad vacía e hipócrita. Fingir que no importa el ostracismo social cuando no se encaja en las reglas. Fingir que la vida está bien si se tiene comida, techo y vestido. Muchos dirán que hay demasiada gente en este mundo con hambre de pan y que no está bien ser “egoísta” y pensar solo en las necesidades emocionales. ¡Esos no son verdaderos problemas! ¡No hay que molestar a Dios con banalidades!
Abrió la puerta y con su mejor gesto serio se acercó al reloj para marcar su entrada y comenzar la rutina de llenar sobres y más sobres, y así hacer su pequeña contribución a la cultura de consumo llamada desarrollo económico. Atrás debían quedar las turbulencias emocionales que la consumían pues si se equivocaba en una sola letra sería despedida.
La aburrida rutina comenzaba de nuevo…
Comments
...me gustó el texto, es bueno... :)
Me gusta tu Blog,
Gracias alex-ito!!!! Ahhh... cada cabeza es un mundo, dicen por ahì... pero tambièn creo que hay situaciones que nos "engloban"... ;) Vuelve cuando quieras!!!
precioso articulo.
te dejo un abrazo y un beso con mucho cariño,y un finde lindo,querida amiga.
¡Gracias por visitarme!
Me encantó.
besitos para ti.
Luego te comento, tengo muchas interrupciones.
Saludos
Saludos.
Enzo... gracias por tu visita!!! ... es que las necesidades emocionales siempre terminan satisfaciéndose de último porque asi lo requiere las normas sociales... ;)
Amigo Goathemala... pues... esa expresión significa "hablar de alguien a sus espaldas"... ;) Ah... las convenciones sociales... estoy de acuerdo contigo... debemos cumplir... mas en esta época donde el trabajo está tan escaso... ;)
¡Saludos!
V.