Monólogo furtivo...
¡La rutina me mata! El despertador, a las cinco de la madrugada. Ir al baño. Regresar al cuarto, vestirme. Y de nuevo a la cocina, mi hábitat a la fuerza. Juntar el fuego – aquel humo que tanto fastidia- , preparar el desayuno y de nueva cuenta soportar marido e hijos, sintiendo cómo cada día crece mi impaciencia por quedarme a solas. Luego viene lo más pesado del día. Limpiar la cocina y las demás “habitaciones” después del desayuno y, por último, ir al río a lavar la ropa porque frecuentemente no tenemos agua. ¡Y este Alfredo que no tiene consideración, se cambia al menos dos veces al día con el cuento que tiene que estar presentable! ¿Para qué estar presentable? Alguna su traida ha de tener en la escuela. Pero eso no me importa, ya no.
Día tras día me hundo más y más en la depresión, con mi mente fija en el pasado…. Un pasado lleno de viajes y buenos colegios. Y todas aquellas imágenes que vuelven en los momentos menos apropiados y menos afortunados.
Día tras día me hundo más y más en la depresión, con mi mente fija en el pasado…. Un pasado lleno de viajes y buenos colegios. Y todas aquellas imágenes que vuelven en los momentos menos apropiados y menos afortunados.
A mi marido le gusta ir al parque central, si es que a esto se le puede llamar así: unos cuantos árboles plantados aquí y allá, unas bancas desperdigadas entre la maleza y la misma gente sentada en el lugar de siempre. ¡Todo un tormento lleno de hastío!... Cuando un solo pensamiento llena mi mente: Conocer nuevos lugares, culturas, personas. ¡Y yo que peleé tanto por un “cambio de vida”...!
Fue un cambio total. Conocerte fue tan fácil, y amarte fue más fácil aún. ¿Recuerdas? Te conocí en aquel cine donde pasaban viejas películas, mi refugio para los días tristes. Tu sonrisa expresaba la tranquilidad que a mí me faltaba en aquel momento y así, caí en tus brazos por causa de aquel “amor a primera vista”. Supe desde el primer momento que no pertenecías a mi clase social y no me importó, me dijiste que no creías en Dios y ni siquiera eso me sacó del estupor. Deseaba vengarme, si, vengarme de mis padres, de sus peleas, sus gritos, sus hipocresías; no me importó nada más. Y cuando comenzaste a insinuar aquello de la prueba de amor… ¿Qué iba a saber yo lo que aquello significaba? Si mi madre apenas me había explicado lo de la “visita mensual”; si a pesar de mis estudios, no conocìa nada de la vida. Cómo no, cuando mis padres chapados a la antigua ya me habían arreglado el matrimonio ¡y en pleno siglo XX!
Y tú, muchachita estúpida, llegaste a decirte, para acallar los gritos de tu conciencia, que no importaba que fuera pobre y que lucharías contra el mundo entero para estar junto a él para siempre, ¡pobre ilusa!, cuando ya sabías que tus padres pondrían el grito en el cielo y te presionaron para que terminaras con aquella relación. Te negaste y entonces te echaron a la calle. Te asombraste, nunca creíste que tus padres harían eso. Pensaste que al ver los hechos consumados te perdonarían y seguirías como siempre después de obtener tu venganza. Creíste que comprarías la felicidad con tu riqueza.
Con tu calma habitual me describiste todo, y me fascinó y aterró aquella idea. Así fue, yo no sabía qué era un pene y menos conocía mi propia vagina ni había intentado conocerla por aquellas expresiones de: ¡chis! ¡Deje de tocarse allí!, grabadas con fuego en mi memoria. Pero mi rígida educación salió a relucir en aquel momento. O casamiento o nada. O hacías como si creías en Dios, o no había nada de nada. Aun ahora me asombra que te doblegaras, que dejaras a un lado tus creencias o no creencias por tenerme, por poseerme.
Pero llegaste a confundir ese gesto de calentura con amor (porque al final no fue otra cosa que calentura, transigiste con lo de la iglesia solo porque ya no soportabas la angustia de tenerme cerca y no hacerme el amor); y la calentura iba unida a tus planes de casarte con una niña bien. ¡Qué gran desilusión cuando mis padres me echaron!
Ha pasado el tiempo y el hastío me ha llevado a la intolerancia. No soporto a los niños, esos niños concebidos sin amor. Toda esa bulla, los gritos, las exigencias. Si yo no sabía de sexo mucho menos iba a saber de protección y mucho menos tuve acceso a los detalles que hoy parecen estar en cada esquina. Y los niños comenzaron a llegar. Hay momentos en que quisiera alejarme de esta casa y no volver jamás. Y luego mi marido que no se conforma con hacer el amor una vez a la semana. Cada noche viene con sus exigencias a pesar de conocer mi frigidez, mi falta de interés en el sexo.
Al menos me queda el consuelo de mis diálogos secretos, nadie más los conoce, solo mi conciencia y yo. ¿Quién podría interesarse en la historia de una niña bien que lleva una vida miserable por culpa de su propia estupidez? ¿O no son más que monólogos? ¿Con quién podría yo hablar en este pedazo de tierra árida? ¿Con mis vecinas? Las mujeres aquí no tienen ningún otro interés en la vida que cuidar de su marido y de sus hijos, y no las culpo, ellas han sido criadas para servir, para tener miedo y no preguntar. ¡Cuán parecidas somos en nuestra ignorancia! La niña rica que, a pesar de su educación, no sabe nada de la vida y la niña pobre que por su falta de educación, no sabe nada de la vida.
Hasta la fe de mi niñez, tan fuertemente arraigada, ha ido secándose dentro de mí. Ya no poseo la más mínima noción de pecado y virtud. Era necesario que me desensibilizara, era necesario crear una coraza de hielo para no sentir, para dejar pasar todo aquello. Me di cuenta, además, que no poseía aquel instinto maternal que hace de las mujeres lo que son.
- Bueno mujer, no me vayas a salir ahora con que estás loca. ¿Con quién crees que estás hablando? Servime el almuerzo pero ya. Y apurate porque los patojos quieren ir al parque.
Fue un cambio total. Conocerte fue tan fácil, y amarte fue más fácil aún. ¿Recuerdas? Te conocí en aquel cine donde pasaban viejas películas, mi refugio para los días tristes. Tu sonrisa expresaba la tranquilidad que a mí me faltaba en aquel momento y así, caí en tus brazos por causa de aquel “amor a primera vista”. Supe desde el primer momento que no pertenecías a mi clase social y no me importó, me dijiste que no creías en Dios y ni siquiera eso me sacó del estupor. Deseaba vengarme, si, vengarme de mis padres, de sus peleas, sus gritos, sus hipocresías; no me importó nada más. Y cuando comenzaste a insinuar aquello de la prueba de amor… ¿Qué iba a saber yo lo que aquello significaba? Si mi madre apenas me había explicado lo de la “visita mensual”; si a pesar de mis estudios, no conocìa nada de la vida. Cómo no, cuando mis padres chapados a la antigua ya me habían arreglado el matrimonio ¡y en pleno siglo XX!
Y tú, muchachita estúpida, llegaste a decirte, para acallar los gritos de tu conciencia, que no importaba que fuera pobre y que lucharías contra el mundo entero para estar junto a él para siempre, ¡pobre ilusa!, cuando ya sabías que tus padres pondrían el grito en el cielo y te presionaron para que terminaras con aquella relación. Te negaste y entonces te echaron a la calle. Te asombraste, nunca creíste que tus padres harían eso. Pensaste que al ver los hechos consumados te perdonarían y seguirías como siempre después de obtener tu venganza. Creíste que comprarías la felicidad con tu riqueza.
Con tu calma habitual me describiste todo, y me fascinó y aterró aquella idea. Así fue, yo no sabía qué era un pene y menos conocía mi propia vagina ni había intentado conocerla por aquellas expresiones de: ¡chis! ¡Deje de tocarse allí!, grabadas con fuego en mi memoria. Pero mi rígida educación salió a relucir en aquel momento. O casamiento o nada. O hacías como si creías en Dios, o no había nada de nada. Aun ahora me asombra que te doblegaras, que dejaras a un lado tus creencias o no creencias por tenerme, por poseerme.
Pero llegaste a confundir ese gesto de calentura con amor (porque al final no fue otra cosa que calentura, transigiste con lo de la iglesia solo porque ya no soportabas la angustia de tenerme cerca y no hacerme el amor); y la calentura iba unida a tus planes de casarte con una niña bien. ¡Qué gran desilusión cuando mis padres me echaron!
Ha pasado el tiempo y el hastío me ha llevado a la intolerancia. No soporto a los niños, esos niños concebidos sin amor. Toda esa bulla, los gritos, las exigencias. Si yo no sabía de sexo mucho menos iba a saber de protección y mucho menos tuve acceso a los detalles que hoy parecen estar en cada esquina. Y los niños comenzaron a llegar. Hay momentos en que quisiera alejarme de esta casa y no volver jamás. Y luego mi marido que no se conforma con hacer el amor una vez a la semana. Cada noche viene con sus exigencias a pesar de conocer mi frigidez, mi falta de interés en el sexo.
Al menos me queda el consuelo de mis diálogos secretos, nadie más los conoce, solo mi conciencia y yo. ¿Quién podría interesarse en la historia de una niña bien que lleva una vida miserable por culpa de su propia estupidez? ¿O no son más que monólogos? ¿Con quién podría yo hablar en este pedazo de tierra árida? ¿Con mis vecinas? Las mujeres aquí no tienen ningún otro interés en la vida que cuidar de su marido y de sus hijos, y no las culpo, ellas han sido criadas para servir, para tener miedo y no preguntar. ¡Cuán parecidas somos en nuestra ignorancia! La niña rica que, a pesar de su educación, no sabe nada de la vida y la niña pobre que por su falta de educación, no sabe nada de la vida.
Hasta la fe de mi niñez, tan fuertemente arraigada, ha ido secándose dentro de mí. Ya no poseo la más mínima noción de pecado y virtud. Era necesario que me desensibilizara, era necesario crear una coraza de hielo para no sentir, para dejar pasar todo aquello. Me di cuenta, además, que no poseía aquel instinto maternal que hace de las mujeres lo que son.
- Bueno mujer, no me vayas a salir ahora con que estás loca. ¿Con quién crees que estás hablando? Servime el almuerzo pero ya. Y apurate porque los patojos quieren ir al parque.
Comments
Buen relato me has compartido. Gracias.
Abrazos
Gracias por tu visita, Clarice!!!
Gran post amiga, gran historia, magistral.
Un abrazo, saludos!!!!!!!!!!!
V.
Cuando me adentraba en la lectura me preguntaba porque sigue aún allí; porque si renuncia a sus prejuicios de clase no renuncio a sus preconceptos de fe; por qué no se atreve a buscar el amor si es que está segura que no es lo que tiene y sobre todo, me asustó aquello de la frigidez. La frigidez no existe, solo que es muy difícil tener apetito sexual cuando no hay amor y existió una educación tan retrógrada.
Excelente relato
Te dejo mi cariño
Esta historia es tan común, los padres quisiéramos que los hijos se hicieran con molde y que siempre llegaran a donde queremos, al salirse de ese molde, lo más fácil es deshacernos de ellos, ¡Qué mal!
2a visita, seguiré viniendo a fastidiar.
Besos
Hola Oscar!!! Gracias por visitarme y comentar... ;) La respuesta a esa pregunta que te hacìas podrìa ser que la chica se dio por vencida y no quiere luchar por su independencia... por esa libertad que añora...
Saludos!!!
Poeta!!! Que bueno que regresas... pronto paso a visitarte... ;)
Abrazos.
... y si, la canciòn le queda como anillo al dedo al relato... lo malo es que ya se me quedò pegada la bendita melodìa... jejeje ;)
me alegro de haberlo buscado y leido.
Oye Fiamma esta buenisimo
me encanto!!
te felicito.
Pero mi taller siempre nos insistian en tener que decir porque si o porque no, entonces te digo:
Me gusto, porque engancha, porque el relato fluye desde que lo empiezas a leer, porque atrapa desde las primeras lineas y mantienes al lector pegado a tus letras queriendo saber mas de lo que el desenlace cera.
Porque es un tema si quieres ya conocido, pero igual muy bien expresado en sentimientos, que sin duda mucha gente podria sentirse identificada con esa historia.
Hiju ´ela, me tengo que poner las pilas yo ahora con la escritura!!!
un gran abrazo
Alvaro
Yo solo sigo tus pasos... en serio!!!